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Reseña literaria:
Odiaba esa puerta vieja con reja color violeta que tenía que traspasar dos veces por semana, también eran violeta, los maceteros, los marcos, el mostrador y, hasta el uniforme de recepcionista.
Cada día, cada instante maldecía haber firmado ese compromiso que le ataba a aquel lugar.
Me llamo Víctor, no soy paciente de nada y, no estoy enfermo, esa fue su primera conversación con Ismael un compañero del centro. El cual pronto se suicidio.
A diferencia de los compañeros él no creía en terapias ni en talleres, ni en ninguna actividad del centro. Si se portaba bien pronto le darían el pasaporte y él en la mano pondría dejar la rutina de adaptación. Iría con su amada esposa Marta y con sus gemelos de cinco años. No obstante, aún aborrecía las instalaciones donde pretendían que fueran positivos, eso le tocaba las narices, a veces se pellizcaba para cerciorarse de que lo que le estaba pasando era real. Lo de Ismael fue culpa del alcohol. Pues eso, qué ella le llamó borracho, mientras que a Víctor no le habían condenado a ninguna sentencia. Borja quien cortaba el bacalao, lo convence y lo agrega a su grupo de WhatsApp «Inocentes» y ahí queda atrapado. El icono era «Stop feminazis».
Esta novela cala como un puñal en el pecho reflejando sangre en los ojos. Recomiendo su lectura. |
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