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Reseña literaria:
Leo, devoro más bien, todos los versos del poeta Rafael Morales. Tengo la sensación de que van de más a menos, cercenados por un exilio interior en la España que le tocó vivir. Comienza el poemario con la obra cumbre del talaverano, los «Poemas del toro», una excelsa colección de sonetos alrededor del toro bravo y que van mucho más allá del animal o la «fiesta nacional» que lo rodea. Hay ecos de Miguel Hernández y Morales no lo esconde hasta que la (auto) censura le reclama limpieza de sangre. No en vano el poeta había apoyado, en su juventud, a la defenestrada República y publicado en 1947 el poemario «Los desterrados», poesía social que estuvo a punto de ser censurada.
A partir de entonces, inmerso en una cotidianidad que parece vivir con placidez, se adivina una cierta melancolía que cristaliza en toda su obra poética posterior, de temática amoroso familiar, deliciosos sonetos a objetos en principio nada poéticos y finalmente a definir en verso el momento en el que ya no esté, dando la sensación de que Morales, como poeta, es un niño desorientado que busca (y halla) refugio en la religiosidad y la poesía.
Quizá por eso, pasados los sesenta años escribió libros para niños entre los que destaca «Dardo, el caballo del bosque».
Delicioso.
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