Trascender a la muerte o, mejor dicho, convertirse en inmortal, es uno de los temas que se han constituido como recurrentes en el ámbito de la literatura mundial, y la mayoría de los trabajos que tratan este tema, no auguran un final feliz.
Y en este sentido está también orientado este relato corto de Mary Shelley, El mortal inmortal.
Por unos avatares de la vida, el joven Winzy se toma una pócima de su mentor Agrippa, la cual proporcionaba la inmortalidad para quien se la bebiera.
En un principio la inmortalidad puede parecer algo genial y muy atrayente, pero como narra Mary Shelly, puede llegar a constituirse como una verdadera maldición, pues el joven Winzy sigue conservando un aspecto juvenil mientras ve que todas las personas que estaban a su alrededor envejecen y mueren… menos él, que los trasciende a todos.
Para que nadie se percatara de su condición de inmortal, se ve obligado a cambiar de lugar de residencia mil y una vez, mientras que se ve condenado a la soledad, al no poder tener amigos con los que compartir la vida, pues ellos envejecerían mientras que él no.
Este tema, de radiante actualidad, abre la puerta a la ética de si sería bueno o no que esta situación pudiera ocurrir en la vida real.
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